En algún Lugar de Colombia

En los días de plomo y estruendo, cuando el cielo se oscurecía con el humo de la destrucción, mi familia se dispersó como hojas al viento.

Habían pasado meses desde que nos separamos, cada uno de nosotros luchando por sobrevivir en un mundo desgarrado por la guerra.

Las palabras eran escasas, las lágrimas eran abundantes y las noches se volvieron frías y solitarias. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, la esperanza aún brillaba como una vela titilante en la oscuridad.

La noticia del alto al fuego llegó como una ráfaga de viento fresco. Mis pasos eran vacilantes mientras caminaba por las calles que una vez conocí tan bien, 

ahora desiertas y marcadas por las cicatrices de la violencia. Miraba las ruinas con ojos ansiosos, buscando la figura conocida de mi familia entre los escombros.

Y entonces, en la penumbra de la tarde, los vi. Mi hermana, con su mirada cansada pero llena de vida, emergió de entre las sombras.

La reconocí por la manera en que llevaba su pelo, como un río oscuro que caía sobre sus hombros. Sus ojos se encontraron con los míos, y una mezcla de asombro y alegría iluminó su rostro. Nos abrazamos con fuerza, dos almas que se aferraban a la esperanza a pesar de los desafíos.

“¿Dónde están los demás?” pregunté con urgencia.

Mi hermana señaló hacia las ruinas que se extendían ante nosotros, donde la silueta de mi madre se recortaba contra el sol poniente.

Ella estaba arrodillada, recogiendo pedazos de lo que alguna vez fue nuestro hogar. La vi levantar la mirada cuando nos acercamos, y sus ojos reflejaban la misma mezcla de sorpresa y felicidad.

Donde la PAZ se Desangra, Huellas de la Guerra en Colombia

“Mamá, estoy aquí”, murmuré mientras corría hacia ella.

El reencuentro fue un torrente de emociones contenidas durante demasiado tiempo. Nos abrazamos como si fuéramos las últimas personas en la Tierra.

Entre sollozos y risas, compartimos historias de supervivencia, de los días en los que creímos que no volveríamos a vernos.

Había perdido la cuenta del tiempo que pasó desde que estuvimos juntos, pero en ese momento, el tiempo dejó de tener relevancia.

La noche cayó sobre las ruinas, pero la luna llena nos iluminaba con su resplandor. Sentados entre los escombros, mi familia y yo compartimos una comida improvisada, reuniendo lo poco que teníamos.

No importaba la simplicidad de la cena; cada bocado estaba lleno de gratitud y el sabor de la victoria contra la adversidad.

Mientras observábamos las estrellas, mi hermano menor se acercó con un regalo improvisado en sus manos. Había esculpido pequeñas figuras de madera, cada una representando a un miembro de la familia. Era su manera de decir que, aunque nuestras vidas habían sido moldeadas por la tragedia, aún éramos una familia, fuerte y unida.

Las semanas que siguieron fueron un periodo de reconstrucción, no solo de las estructuras físicas, sino también de nuestras vidas rotas.

Trabajamos juntos para levantar paredes donde antes solo había escombros, pero también reconstruimos nuestros lazos, fortaleciendo los vínculos que la guerra había intentado romper.

Donde la PAZ se Desangra, Huellas de la Guerra en Colombia

Cada amanecer traía consigo una nueva esperanza, un renacer en medio de las ruinas. Plantamos flores en los espacios que alguna vez fueron campos de batalla, un recordatorio de que la vida puede florecer incluso en los lugares más oscuros. La risa de los niños volvió a llenar el aire, y las canciones resonaron entre las paredes que habíamos reconstruido con tanto esfuerzo.

El reencuentro en las ruinas se convirtió en el prólogo de una nueva historia. Aprendimos a apreciar las pequeñas alegrías, a encontrar la belleza en lo simple y a sostenernos mutuamente cuando los recuerdos

amenazaban con oscurecer el presente. La guerra nos arrebató mucho, pero también nos dio la oportunidad de descubrir la fuerza que yacía en lo más profundo de nuestros corazones.

Ahora, cuando miro hacia atrás, veo las ruinas no solo como testigos de la destrucción, sino como el escenario donde nuestra familia encontró su renacimiento.

La guerra no nos definió; fue nuestra resistencia y amor los que nos permitieron superarla. En cada ladrillo colocado y en cada risa compartida, encontramos la promesa de un mañana más brillante, una promesa forjada entre las ruinas de nuestro pasado.

Autor: Anonimo

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