Cualquier Niño en un Parque Desolado y Destruido…

En medio de la desolación de un mundo asolado por la guerra, me encontré explorando los restos destrozados de lo que alguna vez fue un parque infantil. Los columpios, antes alegres testigos de risas

infantiles, ahora colgaban inertes, sus cadenas retorcidas recordando un pasado perdido. Entre escombros y sombras, mi mirada se posó en un niño que se movía con cautela entre los escombros, sus ojos curiosos y llenos de tristeza.

En sus pequeñas manos sostenía con ternura una mariposa herida, sus alas maltrechas temblaban con cada aleteo.

Me acerqué con cuidado, sin querer asustar al niño que se aferraba a la frágil criatura como si fuera un tesoro frágil.

Al observar la escena, mi corazón se llenó de una extraña mezcla de melancolía y esperanza. El niño, vestido con harapos que apenas cubrían su pequeño cuerpo, parecía reflejar la situación de todo un pueblo atrapado en el torbellino de la guerra.

Sin decir una palabra, me agaché junto al niño y la mariposa. El chico levantó la mirada, sus ojos encontraron los míos, y por un instante, un destello de confianza iluminó su rostro. Le hice un gesto para

indicarle que podía confiar en mí. Me senté a su lado, contemplando la mariposa con él. Sus alas, una vez vibrantes y llenas de color, ahora mostraban cicatrices de un mundo quebrantado.

En un acto silencioso, el niño extendió la mano, ofreciéndome la mariposa herida. Acepté con cuidado, sintiendo la fragilidad de sus alas entre mis dedos.

Miré al niño, preguntándome cómo había llegado a encontrarse en este rincón desolado del mundo. Él, a su vez, me miró con ojos que habían visto más de lo que cualquier niño debería presenciar.

Aleteo Resiliente

Decidí llevar a la mariposa a un lugar más seguro, lejos de la destrucción que rodeaba el parque infantil. El niño me siguió en silencio, como si hubiéramos formado una conexión instantánea a través de la

fragilidad compartida de nuestras vidas. Encontramos un rincón tranquilo donde las ruinas daban paso a la naturaleza aún viva, a pesar de los estragos de la guerra.

Con cuidado, coloqué la mariposa en una flor cercana, esperando que encontrara consuelo en el regalo de la naturaleza. 

El niño observaba con ojos brillantes, agradecido por el gesto. Nos sentamos juntos en ese pequeño oasis de vida en medio de la devastación, compartiendo un 

silencio que hablaba más fuerte que las palabras.

Mientras cuidábamos de la mariposa, el niño rompió su silencio. Me contó historias de su vida antes de la guerra, de su familia y de los días felices que ahora parecían lejanos. Su voz, llena de inocencia

perdida, resonaba en el aire. A medida que hablaba, me di cuenta de que, incluso en la oscuridad de la guerra, la luz de la humanidad seguía brillando en los corazones de aquellos que habían perdido tanto.

La mariposa, recuperando fuerzas con cada momento, finalmente desplegó sus alas con renovada vitalidad. Parecía un milagro presenciar la resiliencia de la 

naturaleza y la capacidad de sanación que yacía en lo más profundo de cada ser vivo. El niño sonrió, una chispa de esperanza iluminando su rostro cansado.

“Fragilidad Reconstruida”

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